El país de Alí Babá y sus 40: Hugo Luna

Autor: 
Hugo Luna

La descomposición institucional del país está íntimamente ligada a la degradación ética y moral de lo que representa la clase política tradicional; y en el centro del problema está la corrupción generalizada.

La cleptocracia mexicana se ha convertido en una práctica tan arraigada que parece estar en el ADN de muchos funcionarios públicos. La sociedad tiene la sensación de que los políticos, de cualquier nivel, se corromperán tarde o temprano.

A tal nivel llega el descrédito de los gobernantes que los políticos honestos y congruentes resultan una rareza y suelen ser personajes incómodos para el sistema.

Los mexicanos no somos corruptos por naturaleza, no podemos aceptar esa tesis; pero sí gran parte de nuestra clase política que por tradición desdeña la justicia, y considera la “transa” un mal necesario para escalar posiciones o mejorar la calidad de vida de su familia y amigos.

Más allá de las cifras de Transparencia Internacional que sitúan al país en el lugar 103 de 175 de países con mayor corrupción en el mundo, el sistema político mexicano no se ha comprometido en serio para fortalecer la transparencia y la rendición de cuentas.

Frente a los datos duros, el decálogo cosmético anunciado por Peña Nieto para combatir la inseguridad y la corrupción, no pasa de ser un acto cínico que proviene de un presidente sobre el cual pesa la mayor sospecha de la corrupción. 

De acuerdo a un estudio del Instituto Mexicano para la Competitividad, de los 410 municipios analizados, sólo 51 ayuntamientos aprobaron en materia de transparencia. Y en Jalisco, 94.7% de la población cree que la corrupción es una práctica frecuente. En contraposición, vale destacar que según el Colectivo CIMTRA, Tlajomulco de Zúñiga es el municipio más transparente de México.

Tenemos que darle bríos a la esperanza de que las cosas se pueden hacer diferente. Nuestro desafío como sociedad sería definir, citando al juez español Baltasar Garzón, “una cultura de honestidad, de ética, de transparencia, de servicio público”.

En pocas palabras, recuperar la ética, para salvar a la política.

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