Competencias deportivas de trascendencia internacional son aprovechadas con fines políticos o económicos

Autor: 
Guillermo Rocha Lira

08 de agosto del 2016

Del 5 al 21 de agosto de este año se llevan a cabo los XXXI Juegos Olímpicos de Verano en la ciudad de Río de Janeiro.
 
Particularmente esta olimpiada ha sido politizada por el enrarecido contexto nacional brasileño y la presión del Comité Olímpico Internacional (COI) al comité organizador.
 
Competencias deportivas de trascendencia internacional como los Juegos Olímpicos de Verano o Invierno, así como el Mundial de Futbol, son aprovechadas con fines políticos o económicos por los países anfitriones y/o participantes para justificar posturas políticas o ideológicas.
 
Los éxitos deportivos son utilizados mediáticamente para mostrar supremacía o exaltar el orgullo nacional.
 
La mayoría de las competencias se ha llevado a cabo en países de “Occidente”, monopolizadas por los países del hemisferio norte.
 
En los últimos años, tanto la Federación Internacional de Futbol Asociación (FIFA) como el COI se han esforzado por diversificar las sedes de las justas deportivas a otras regiones y continentes, como sucedió en los casos de los mundiales de Corea-Japón y el de Sudáfrica.
 
Esta olimpiada de verano se lleva a cabo por segunda ocasión en América Latina y por primera vez en Sudamérica.
 
Salvo algunos casos aislados, casi todos los Juegos Olímpicos han estado marcadamente politizados.
 
Las olimpiadas de Berlín en 1936 sirvieron para justificar la ideología supremacista del régimen nazi; los juegos de México 68 se vieron manchados por una represión estatal contra el movimiento estudiantil; Múnich 72 se vio opacado por la muerte de atletas israelíes por un comando terrorista; los juegos de Moscú 80 sirvieron como propaganda de un anquilosado sistema soviético, mientras que Los Ángeles 84 fueron boicoteados por los países integrantes del bloque socialista.
 
Finalmente, Beijing 2008 fue la oportunidad perfecta para que el gobierno chino mostrara la modernización y el fortalecimiento de una superpotencia económica y deportiva.
 
Los juegos de Río no son la excepción. Se llevarán a cabo en un contexto de profunda polarización social y descontento ciudadano contra el gobierno de Dilma Rousseff y el fortalecimiento de un grupo político orientado a la derecha, asociado a la antigua dictadura militar.
 
Los Juegos Olímpicos muestran una competencia asimétrica entre países desarrollados y en vías de desarrollo. Si bien los participantes compiten deportivamente en igualdad de condiciones, los países desarrollados son los que obtienen los mejores resultados.
 
El deporte bien puede servir como parámetro del desarrollo de las naciones.
 
México ha participado en 22 Juegos Olímpicos en los cuales ha obtenido una cosecha histórica de 62 medallas: 13 de oro, 21 de plata y 28 de bronce.
 
Países integrantes de la OCDE que tienen un desarrollo económico similar al de nuestra nación, han obtenido más preseas: tales son los casos de Brasil con 108 y Argentina con 70; incluso países como Turquía y Nueva Zelanda tienen una cosecha superior a la nuestra.
 
El lugar de México en el medallero histórico se encuentra por debajo de Sudáfrica y Jamaica, y arriba, por dos medallas, de Irán y Kazajistán.
 
Más lejos se encuentran otros países de la OCDE con resultados abrumadores: Estados Unidos encabeza la lista con 2 mil 298 medallas conseguidas.
 
Le siguen históricamente la Unión Soviética con 1204, Reino Unido con 715, Francia con 667, Alemania con 646 e Italia con 549 medallas. Los países que toman las principales decisiones en la política y la economía mundial, son también los más ganadores en Olimpiadas.
 
Los resultados deportivos reflejan el poderío nacional y también la desigualdad entre las naciones.
 
De acuerdo con estos resultados, México obtiene en promedio tres medallas cada cuatro años, por lo que no se necesita ser un experto para prever que la delegación mexicana no superará las siete medallas en Río.
 
La pobre cosecha histórica de medallas en 22 participaciones olímpicas demuestra la poca visión y planeación transexenal de gobiernos que han tenido poco o nulo interés en el desarrollo deportivo y la cultura física.
 
Según Forbes, mientras Brasil destina un presupuesto anual de 842 millones de dólares al rubro deportivo, México sólo destina 233 millones.
 
De hecho, el presupuesto en esta materia ha disminuido en la administración del presidente Enrique Peña Nieto, ya que en 2013 la inversión superaba los 464 millones.
 
Los recursos financieros en materia deportiva no son garantía de buenos resultados: México es el segundo país en Latinoamérica que más recursos destina a sus atletas, sin embargo, otros países como Argentina, que destina sólo 30 millones, han superado a nuestro país en el medallero olímpico.
 
Cuba es una nación que impulsa un proyecto deportivo a largo plazo y que con poca inversión ha mantenido un nivel altamente competitivo.
 
Con 19 participaciones, la nación caribeña ha conquistado un total de 208 medallas con una inversión anual, según Forbes, de 62 millones de dólares anuales.
 
Valdría la pena reflexionar sobre la situación de nuestro deporte: si nuestro país es de las naciones que más invierte en este rubro, ¿por qué se obtienen pobres resultados? ¿Los recursos financieros realmente se invierten en los atletas y centros deportivos de alto rendimiento? ¿Hay desviación de recursos? Si es así, ¿dónde o quiénes se han quedado con ese dinero?
En México no se ha invertido bien en materia deportiva.
 
El ex velocista olímpico Alejandro Cárdenas afirma: “El deporte no es un tema prioritario para el gobierno mexicano”.
 
En entrevista, el veracruzano fue contundente: “ser atleta es muy complicado. Más aún, los atletas amateurs a duras penas sobreviven con becas que les asignan personas que se sienten los dueños del deporte”.
 
Nuestro fracaso olímpico tiene también su explicación en la simulación, el compadrazgo, la corrupción y la poca o nula planeación que involucra a las autoridades responsables del deporte en México.
 
Las instituciones deportivas mexicanas, desde el Comité Olímpico Mexicano (COM) hasta la Comisión Nacional del Deporte (CONADE), máximo organismo encargado de promover la cultura física, la recreación y el deporte en nuestro país, son muestra de la descomposición política nacional y la incompetencia de burocracias ineficientes que se han enriquecido por décadas.
No obstante que en México no hay un proyecto de largo plazo, los dueños del deporte se han mantenido en sus puestos.
 
Compadrazgos, federaciones fantasmas y directivos simulados han favorecido este contexto de parálisis deportiva institucional. La designación de Alfredo Castillo como titular de la CONADE es el colofón de una historia de corrupción e ineficiencia que hace más grande la crisis.
 
La llegada de una persona con resultados reprobables en otras instituciones sólo confirma el desinterés del gobierno mexicano en un proyecto deportivo a largo plazo.
Las pocas medallas que obtenga México en Río de Janeiro serán producto del esfuerzo y dedicación de los atletas, sus familias y entrenadores.
 
Los “dueños del deporte”, protegidos de Castillo, se harán los “reaparecidos” como ocurre cada cuatro años en los escasos momentos de gloria nacional.
 
Como otros aspectos de la vida pública de México, el deporte requiere un cambio urgente.
 

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