"Muchachitos de Colombia: Ustedes han tenido la mala suerte de nacer, y en el país más loco del planeta, no le sigan la corriente, no se dejen arrastrar por su locura. Pues si bien la locura ayuda a sobrellevar la carga de la vida, también puede sumarse a la desdicha", decía hace 14 años el escritor Fernando Vallejo al clausurar un encuentro literario en Bogotá.
En este octubre que corre, los muchachos mexicanos han salido a las calles indignados por la locura de los poderes, electos y fácticos, que mandan. Igual del Poli que de la UNAM, del ITAM que de la Ibero, del Tec que de la Normal Rural.
El malestar juvenil encontró en la conmiseración y enojo por Ayotzinapa la condensación de las incertidumbres por el futuro. De #YoSoy132 a Ayotzinapa no hay reconcilio. No creen en los partidos y están, como muchos otros sectores de la sociedad, decepcionados de las instituciones.
"La patria que les cupo en suerte, que nos cupo en suerte, es un país en bancarrota, en desbandada. Unas pobres ruinas de lo poco que antes fue. Miles de secuestrados, miles y miles de asesinados, millones de desempleados, millones de exiliados, millones de desplazados, el campo en ruinas, la industria en ruinas, la justicia en ruinas, el porvenir cerrado: eso es lo que les tocó a ustedes. Los compadezco. Les fue peor que a mí", expresó entonces Vallejo, nacido en Medellín, Colombia, nacionalizado mexicano.
Iguala, México, muestran que a los muchachos mexicanos puede irles peor que a los colombianos. Quizás lo huelen, por eso su respuesta.
La paradoja define el delirio. "Los queremos vivos", dicen todos a coro y la solución es escarbar y sumergirse en lagunas con buzos para buscar donde están los muertos.
La búsqueda de los 43 muchachos de Iguala es una extenuante confesión de parte. Avisa el hedor. El escombro, la tierra removida, las puntas de huesos carcomidos son los datos del poder criminal. Entre más se escarbe, más poderoso se muestra. Entre más fosas, más impunidad.
Y hay más fosas que certezas. Es el país. Querían del subsuelo la riqueza y han encontrado la desesperanza. Querían perforar para que de la profundidad brotara lo moderno, el próspero porvenir, y terminaron escarbando tres metros para toparse con la premodernidad, que de pura muerte regada está más que viva.
Mucha negociación y poca decisión. La (mala) negociación se convirtió en un medio de posposición, no de solución.
El gobierno federal y todos los pactantes enfrentan consecuencias de sus pactos mal terminados. En las Cámaras, con los estudiantes, con empresarios. Pequeños y grandes convenios. En Michoacán se convino hasta con líderes criminales. Incluso se les uniformó.
Los políticos locales también, a su modo, negocian. Usan su cargo para favorecer protecciones y recibir pagos a cambio.
La barbarie de Iguala fue ordenada por el crimen organizado, según la PGR. Y la lógica de la narcoguerra es el poder y la venganza. Derrotar a la traición.
¿Quién falló? ¿Quién traicionó el pacto? En el código criminal la brutalidad de la venganza tiene el tamaño del agravio. Y en Iguala los efectos son demoledores. La barbarie no amenazó a un cártel rival. Arrastró al gobierno municipal, hizo añicos al estatal y amenaza la estabilidad del gobierno federal. Levantó a los estudiantes, indignó a la sociedad. Trajo condena mundial. Abrió las grietas del país.
Luis Hernández Navarro recordó cómo tras cada matanza en Guerrero surge una guerrilla. Ocurrió en 1962 con Genaro Vázquez tras una masacre en Iguala; en 1967 en Atoyac con Lucio Cabañas o con Aguas Blancas en 1995 que dio paso al EPR.
"Lo que no se aguanta es que se haga una matanza, eso sí no se puede aguantar", decía Lucio Cabañas, conforme cita Hernández Navarro. ("Ayotzinapa, entre el dolor y la esperanza". La Jornada, 14/10/14).
Guerrero tiene historia propia. Cierto, los hechos son irrepetibles. Pero a los amagos los subleva el cinismo, la falta de respuesta, la ineptitud. El campo es otro. Camposanto y campo fértil. Iguala es cuenta regresiva.