“Las leyes como las mujeres se hicieron para violarlas” dijo en tono socarrón el ex diputado chiapaneco (PRI) Alejandro García Ruiz. Lo dijo en un programa radiofónico que él co-conduce con el empresario Edmundo Olvera.
La gente reaccionó durante el fin de semana en redes sociales insultando al político y regañándole. Lo sorprendente es que gran cantidad de comentarios en contra del sujeto recomendaban que a su esposa e hija (en el supuesto de que esté casado y sea padre de una o varias niñas) las deberían de violar para ver si repite su comentario misógino. Otros, en general hombres, dijeron que seguramente el comentarista nació como producto de una violación y de allí su imbecilidad. Parece que no entendieron nada: misoginia no se combate con misoginia.
No es la primera ni será la última vez que un político hace mofa de la violencia contra las mujeres, que utiliza la violencia sexual como ejemplo de algo normalizado que persistirá y a lo que debemos acostumbrarnos. Tampoco será la última vez que un legislador reconozca cínicamente que las leyes han sido creadas para quebrantarlas. Cuando García fue legislador se discutía en su Congreso la importancia de tipificar la violencia feminicida en todas sus formas, de aprobar también a nivel local la Ley General de Acceso a las Mujeres a una Vida Libre de Violencia. Él como otros diputados y senadores no aprendió la lección: las leyes no solamente se hacen para cumplirlas y hacerlas cumplir, para fomentar una sociedad más respetuosa de contrato social; las leyes se decretan para renovar los preceptos culturales, para desarticular viejas nociones hoy inaceptables como la esclavitud, la discriminación, la desigualdad y la violencia de género, etc.
El dicho de este ex legislador no se da en el vacío, es un recordatorio del regreso de una especie recalcitrante que el masculinólogo Miguel Lorente Acosta ha señalado como machos postmodernos que regresan con insidia a retomar los espacios reales y virtuales que las mujeres han ganado en leyes y prácticas sociales igualitarias. La gran antropóloga feminista Marcela Lagarde nos recuerda que la creciente violencia en México contra niñas y mujeres se da en un contexto de colapso institucional, porque las condiciones históricas generaron prácticas sociales que permiten continuos atentados contra la integridad, el desarrollo, la salud, las libertades y la vida de las mujeres en manos de conocidos y de desconocidos, de violentos y violadores, de asesinos individuales y grupales, ocasionales o profesionales. Estos crímenes, seriales o individuales, tienen en común el considerar a las mujeres como objetos usables, prescindibles, maltratables y desechables.
El silencio de los compañeros de la radio que estuvieron presentes con Alejandro García Ruiz, también nos habla de las complicidades generadas por el silencio; probablemente alguno de ellos no estaba de acuerdo con la barbaridad que su colega había espetado, pero ni le corrigieron, ni le exigieron se disculpara con el auditorio. Lo cierto es que los estereotipos de género y los mitos acerca de la violencia sexual provocan que las víctimas se sientan avergonzadas, responsables, que sean maltratadas y re-victimizadas por las autoridades, por la sociedad y por una parte de la prensa que no acaba de entender el flagelo social de la violencia sexual como antesala de otras violencias.
El ex diputado dijo lo que cientos de políticos, ministerios públicos y procuradores de justicia piensan: que la violencia sexual es parte de la condición de ser mujer y por tanto instrumento de la condición masculina como su contraparte. Sea como sea es una muestra abierta y clara de las razones por las que la violencia contra las mujeres y niñas se incrementa en insidia y crueldad desde Sinaloa hasta Querétaro, desde Guanajuato hasta Yucatán y el Estado de México. Hombres como García Ruiz son más que tontos, son cómplices de la violencia e impunidad.