Chiapas: empedrada y sinuosa vuelta a clases

Autor: 
Nurit Martínez Carballo

Alumnos indígenas recorren más de dos horas a pie para ir a precarias escuelas de comunidades como San José Dolores.

HUITIUPÁN, Chis.— Flor Esmeralda tiene 17 años y casi no habla; es muy penosa, dice su madre. Sus ojos de capulín se pierden en la nada cuando se le pregunta sobre su futuro. A sólo 20 pasos de la escuela donde cursó la secundaria está su destino: la cocina, un cuarto de madera, piso de tierra y un fogón que se atiza con leña.

Eventualmente ayudará en el campo, porque en caso de cambiar de opinión tendría que caminar los cinco kilómetros que hay de distancia desde su casa hasta el bachillerato más cercano.

Flor se suma a la estadística en la que 4.3 millones de niños y jóvenes se quedan fuera del sistema educativo nacional, según el Panorama de Educativo de México, del Instituto Nacional para la Evaluación de la Educación (INEE).

En cambio, 26 millones de niños se prepararon con uniformes, útiles y hasta equipos tecnológicos para comenzar este día el ciclo escolar.

La labor de maestros y autoridades para acabar la tradición en las comunidades indígenas de que las niñas no estudian, pierde la batalla en zonas como San José Dolores.

Eduardo Méndez Encino, padre de Flor y comisariado de la comunidad, dice que “no es para tanto” lo que se pierde si una niña no asiste a la escuela o continúa sus estudios. “Porque llegando a su edad se enamoran, se van y quiere decir que el estudio pues no les sirve”.

Convencido como muchos padres, afirma que “en cambio a los varones sí les sirve. A la hora que tengan sus esposas, su señora. Si no tienen estudio, no tienen prepa, no tienen trabajo”.

Es por ello que en la familia Méndez Gómez, Édgar y Miguel Ángel, hermanos mayores de Flor, sí están inscritos en el telebachillerato de Ramos Cubilete.

Los jóvenes, a diferencia de Flor, pueden enfrentar la inseguridad en el trayecto por la presencia de la nauyaca y otras especies de víboras de esa selva chiapaneca. También para hacer frente a eventuales asaltos o muchachos que se drogan.

Tienen más fuerza para andar por lo sinuoso del camino: veredas inclinadas, riachuelos, bancos de lodo y caminos apenas delineados por escaleras de piedra. Su condición de mujer impide que Flor siga estudiando en alguna escuela.

Una niña no escolarizada es más proclive a vivir en pobreza, casarse a una edad temprana, morir durante el parto e incluso embarazos muy seguidos, perder a un hijo a causa de enfermedades o epidemias; con enfermedades o desnutrición crónicas, refiere un estudio de la organización Save the Children.

En el Estudio Mundial de las Madres 2005: El poder y las promesas de educación de las niñas, México está en el sitio 21 en el avance de oportunidades educativas para las niñas a nivel mundial, detrás de países africanos y latinoamericanos.

Será en 2015 cuando se realice una nueva medición y se conozca si México pudo superar a países como Kenia, Camerún, El Salvador, Venezuela, Túnez, Chad, Chile y Mali, entre otros, que se ubicaron por arriba en esa clasificación.

Travesía por la educación

Para llegar a San José Dolores se deben recorrer siete horas de carretera desde Tuxtla Gutiérrez hasta el centro de Simojovel. En medio de la neblina, la carretera se rompe al llegar a la gruta, un túnel natural que indica que el camino pavimentado concluyó, y que en temporada de lluvia se deslava e incomunica a un centenar de poblaciones.

A partir de ahí inicia la travesía por un camino empedrado y de veredas donde sólo los vehículos de doble tracción pueden continuar. Para la mayoría de las personas que viven ahí, de comunidades tzeltales que hace 20 años formaron parte del movimiento zapatista, eso no es un impedimento. Hacen los recorridos caminando.

Entre matorrales asoman hombres armados. Se percatan que en la camioneta viajan los “maestros” del Consejo Nacional de Fomento Educativo (Conafe) y sólo vigilan el paso. En realidad EL UNIVERSAL acompaña a los asesores pedagógicos que visitarán a los líderes comunitarios. Se trata de jóvenes que a cambio de un pago mensual para continuar sus estudios de bachillerato son capacitados para dar clases en 35 mil 832 planteles de educación preescolar, primaria o secundaria, ubicadas las zonas más pobres del país.

Amanece y la temperatura se eleva. El trayecto se ve interrumpido en dos ocasiones, ambas porque el camino está cerrado con alambre de púas, que hacen las veces de portones para ingresar a esa parte de la selva chiapaneca.

Al llegar a la comunidad de Ramos Cubilete nos topamos con Versinaun López Pérez, quien camina presuroso de regreso a su casa, en la localidad de El Remolino.

Dependiendo del clima lanza pasos entre una hora y media a dos de ida, y un equivalente de regreso para seguir estudiando. Este año concluirá el bachillerato y anhela poder engrosar las filas del Ejército.

Pasos arriba Lucero camina junto a otros dos jóvenes. Ella es la única mujer de esas comunidades que asiste a la preparatoria.

Al llegar a la plaza cívica escolar de El Remolino la carretera de terracería se agota. Ahora hay que caminar. El cruce del río en una panga elevadiza de madera podrida es un riesgo y peligro para cualquier persona.

Del otro lado empieza la odisea para subir a San José Dolores. No se ve camino, sólo una vereda empinada. Tan bella como accidentada la ruta se convierte en escalada continua. Así son las dos horas y media que tardan los lugareños. La prueba es casi como escalar 21 veces y media la Torre Latinoamericana.

Por ello es que Édgar y Miguel Ángel salen a las 4 de la mañana para ir al telebachillerato y Victoria Gómez, madre de Flor Esmeralda, ve peligroso para su hija. Más, si debe hacerlo dos veces al día.

La cancha de basquetbol y las escuelas que se asoman en medio de la selva son señal de que llegamos. Son tres salones: el del preescolar “José María Morelos y Pavón”; la primaria “Fray Bartolomé” y la secundaria “Emiliano Zapata”.

Son los únicos espacios de concreto, aunque deteriorados en pintura, puertas y ventanas.

La plaza está rodeada de seis casas para 57 habitantes. Las habitaciones son improvisadas en paredes de madera, láminas de aluminio y pisos de tierra. Aquí todos van descalzos. De entre los 20 adultos de la comunidad, sólo dos terminaron la secundaria.

Persisten usos y costumbres

Eleazin, maestro de la escuela secundaria, cuenta que a la comunidad llegan 13 niños de otras comunidades cercanas, pero que en esas condiciones es muy difícil impartir enseñanza porque carecen de todo: alimentación; sólo comen frijoles, tortillas y chile. Además todo es imaginación porque al carecer de luz eléctrica no hay forma de que conozcan la tecnología, la radio, la televisión, el mundo.

Francisco González, es asistente pedagógico y cuenta que la primera vez que viajó a la comunidad se perdió. Ahora reúne a los niños y les lee un cuento, mientras por la ventana Flor Esmeralda observa.

“(A la comunidad) le hace falta agua potable, luz eléctrica y carretera”, dice Flor.

Xenia Bandín Gaxiola, quien es directora de Educación Comunitaria e Inclusión Social, del Conafe, afirma que los usos y costumbres para que las niñas no continúen sus estudios y apoyen en las labores del hogar o en las faenas comunitarias, permanecen en algunas comunidades, “pero nuestro afán es ir desterrando esta serie de cuestiones; es muy complicado”. Advierte dificultad para “hacer realidad que todos los niños y niñas asistan y permanezcan en las escuelas”.

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