Polleros y miembros del crimen organizado dejan sin recursos a migrantes, quienes buscan refugio en El Bordo, un río entubado, donde viven en casuchas.
La luz dentro de la cueva era tan escasa que Miguel y su esposa necesitaron varios minutos para acostumbrar la vista a la oscuridad. Sentados en el suelo sin ropa, tratando de repegar sus cuerpos para soportar el frío, oían voces y ruidos de carros. Pero los más de 17 años fuera de México les dificultaron distinguir en dónde estaban.
Ahora saben que fue en el Nido de las Águilas, una de las colonias asentadas en un cañón, localizada en las inmediaciones de la ciudad de Tijuana. Su privilegiada ubicación geográfica la ha convertido en paso obligado de narcotraficantes y secuestradores de migrantes: apenas los dividen de Estados Unidos unos cuantos kilómetros de cerro y una barda de metal que se cae sola a cachitos.
Ahí, el muro fronterizo que separa a ambos países es tan débil, que constantemente la policía de la ciudad sorprende con las manos en la barda a vecinos del lugar, quienes arrancan pedazos de lámina para llevarlos a vender a la recicladora más cercana.
El Nido de Las Águilas se ha convertido, al mismo tiempo, en el punto de cruce favorito y el más odiado de los migrantes que intentan llegar al estado de California.
Para Miguel Ángel ahí empezó la escalada de fatalidades en su vida. Lo deportaron en diciembre de 2013 tras casi dos décadas de vivir en Las Vegas, Nevada. Cuando los agentes de Migración los agarraron hacían compras en el supermercado Marianita's, luego de una larga jornada laboral en un casino de la ciudad; sus hijos, que nacieron en Estados Unidos, fueron entregados al gobierno de ese país.
Fueron repatriados por Tijuana, "pero ahí era felicidad, porque teníamos ahorros y hasta recuerdo que nos hospedamos en un hotel de la Zona Río", el área financiera y comercial de la ciudad. "Había que regresar por los niños y contratamos a un pollero".
Les prometieron cruce seguro sin riesgos y lo que encontraron al llegar al Nido de las Águilas fue a cuatro hombres encapuchados que dos veces cortaron cartucho en sus cabezas. Los despojaron de sus pertenencias y advirtieron que de ahora en adelante "los iban a chingar" si no se apegaban al protocolo.
"Fue muy triste. Tenía mucho miedo porque hicieron que mi esposa se quitara la ropa; no quería que la lastimaran. Nos hicieron llamar a Las Vegas para pedir a nuestros familiares que depositaran 12 mil dólares. Todos nuestros ahorros para regresar por nuestros hijos".
Al ser liberados fueron al Ministerio Público de la ciudad, donde les mostraron una fotografía. "El agente me preguntó si fue uno de los que me secuestró, a lo que respondí que sí y me salió con que ya lo tenían identificado, pero esa gente es de poder y que mejor no me metiera en ningún problema".
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Desde el día que Miguel Ángel y su esposa fueron liberados, anduvieron por la ciudad sin tener un peso; en esa entonces conocieron El Bordo, un canal de aguas negras que parte a la ciudad en dos y que desde hace años recibe a los migrantes sin cuotas de hospedaje.
"Desde ese día me obsesioné y le dije a mi mujer que buscáramos a esos malditos, así que empezamos a buscarlos por toda ciudad. Al menos queríamos volver a verlos; por su culpa no pude reunirme con mis hijos".
En el camino, el matrimonio deportado se fue encontrando a ciudadanos que también buscaban a otras personas, aunque las circunstancias eran diferentes: querían encontrar a los que estaban reportados como desaparecidos. "Gente que echaron para México, y nunca volvieron a saber de ellos".
Miguel Ángel lleva ocho meses ayudando a las familias a buscar familiares desaparecidos dentro de El Bordo y en la zona norte de Tijuana, paso obligado de migrantes al ser deportados. Si bien su esposa pudo regresar para recuperar a sus niños, hoy le toca a él aguantar y dormir donde lo agarre la noche.
A veces es El Bordo o algún refugio de la ciudad, "en lo que juntamos dinero para reunirnos en Estados Unidos". Han sido unos ocho casos los que ha resuelto. En tres de ellos encontró a las personas sin vida.
En su cartera guarda la fotografía del primer paisano que buscó. La carga como un recuerdo, y porque le da mucha tristeza deshacerse de ella: un hombre de chaqueta de mezclilla con el cuello aborregado, gorra azul y bigote prominente. "A ese señor lo buscaban sus familiares; los conocí un día que vinieron a El Bordo. Me acuerdo que lo encontré muerto en uno de los puentes, al parecer por una congestión alcohólica".
Miguel es muy flaco. Tiene anemia, dice. A pesar de que vive en un canal de aguas negras trata de mantenerse limpio. Hoy busca a un joven llamado Víctor Hugo Islas y carga una hojita con su rostro y un teléfono.
Pero poco le importa a alguien Miguel y su talento para encontrar desaparecidos. Vive igual que aproximadamente mil mexicanos deportados en la canalización del río Tijuana, entre escombros y basura. Durmiendo entre hombres con la piel pegada a los huesos, con las piernas o los brazos gangrenados, donde es mejor aguantar la respiración porque si no vomitas.
Estos miles de migrantes siguen sin poder salir de El Bordo, a pesar de que autoridades de los tres órdenes de gobierno se han comprometido a encontrar una solución a esta problemática. Apenas asoman la mirada al lomo del canal, cuando alguien les brinda un pan o les dona una cobija vieja.
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Hasta hace unos meses no existían cifras oficiales: se estimaba que casi todos eran deportados cuando los escuchabas rememorar sobre su vida en Estados Unidos. Sin embargo, a finales de 2013, el Colegio de la Frontera Norte hizo una investigación denominada El Bordo.
Fue así que pudieron determinar que ahí viven más de mil 400 personas y levantan sus improvisadas casitas, ñongos, como han llamado a sus refugios temporales luego de la deportación; otros se sumergen en hoyos y desagües.
El Colegio de la Frontera Norte comprobó lo que las autoridades negaban: que fueran deportados. Y es que han sostenido que son delincuentes disfrazados de migrantes. Según los resultados, 42% lleva residiendo ahí menos de un año. Además, 17% estudió en EU y 52% habla inglés; 72.6% residía en el estado de California, mayoritariamente por más de seis años.
El estudio realizado por la investigadora Laura Velasco también comprobó que 93.5% de los deportados que vive en El Bordo ha sido detenido alguna vez por la policía municipal, de los cuales 44% sufrió agresión física y 32% robo de pertenencias o destrucción de documentos.
Hace tres semanas, Juan, un migrante recién deportado, llegó ahí. Cuenta a EL UNIVERSAL que cuando salió por la puerta de deportaciones hace dos meses, lo hizo por uno de los puentes que atraviesan la canalización del río.
Encontró a otros deportados, que le ofrecieron un espacio debajo del puente donde ellos dormían.
Con los días construyó un ñongo con pedazos de madera, cartones y lonas que arrastra el río. "Fue hace como tres semanas, empecé a sentir el olor a gasolina, me desperté y salí corriendo; eran los policías municipales".
No sabe la hora porque no tiene reloj y porque los que viven ahí pierden la noción del tiempo. Pero le echaron gasolina "de volada" a la casita y a todas sus pertenencias. "Le prendieron fuego a mis pocas cosas".
Juan, originario de Guadalajara, vivió desde el año 2000 en Michigan, donde consiguió un trabajo en la construcción. "Tengo cinco hijos, imagínate, mi esposa se quedó sola, así que no me puede ayudar y tengo que vivir en El Bordo, en lo que hay dinero para regresar".
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El 22 de octubre, acompañado de una gran comitiva, el subsecretario de Prevención y Participación Ciudadana de la Secretaría de Gobernación, Roberto Campa, realizó un recorrido por El Bordo y les reiteró su "compromiso serio" para coadyuvar para resolver la problemática.
"Pero no pasó nada", lamenta Sergio Tamai, fundador de Hotel para Migrantes. "El problema está peor que nunca. Hemos visto un recrudecimiento en las redadas; llegan y hasta los queman. Las autoridades prometen recursos que nunca llegan".
"No hay solución", advierte, y con la falta de políticas públicas integrales, los migrantes son reclutados por narcomenudistas, que se adueñan del lugar. La canalización del río Tijuana se ha convertido en la conecta de droga más grande de la ciudad. "Burreros, narcomenudistas, halcones, a eso orillan a los migrantes".