Autor:
Danner González Rodríguez
“He sostenido la idea de que nosotros no venimos a mover a México.
A nosotros nos mueve México en nuestro actuar y en nuestro compromiso.”
Debo a mi formación en el Grupo Parlamentario de Movimiento Ciudadano en el Senado, durante las LX y LXI Legislaturas, la oportunidad de entender al Congreso de la Unión como una auténtica instancia de soluciones para los problemas más sentidos de los ciudadanos. Esa es la aspiración y la razón de ser de quienes recibimos el encargo de ser legisladores.
Con esa convicción en mente, el pasado 10 de marzo rendí protesta como diputado federal a la LXII Legislatura del Congreso de la Unión. Durante casi cinco meses y gracias a la confianza del Coordinador de la Comisión Operativa Nacional, Dante Delgado, y del Coordinador de nuestro Grupo Parlamentario, Juan Ignacio Samperio, he podido participar en la construcción de una agenda legislativa incluyente siempre poniendo énfasis en los grandes problemas nacionales: seguridad y justicia, derechos humanos, economía, educación, cultura, medio ambiente, empleo, bienestar social, transparencia y rendición de cuentas, poder ciudadano, combate a la corrupción, entre otros.
Tanto en la Cámara de Diputados como en la Comisión Permanente he sostenido la idea de que nosotros no venimos a mover a México. A nosotros nos mueve México en nuestro actuar y en nuestro compromiso.
Al momento de escribir estas líneas, he asistido al 100% de las sesiones del período ordinario que me correspondieron: 15, y a las 18 del segundo receso de la Comisión Permanente. En ellas presenté 18 iniciativas, 36 puntos de acuerdo (de los cuales se han aprobado 20), una excitativa, e intervine en 49 ocasiones desde la tribuna, además de asistir a una reunión interparlamentaria entre México y Cuba. La numeralia no es más elocuente que el fondo de los asuntos presentados. Haré de ellos un breve sumario.
El camino no ha sido fácil. Ser oposición implica el doble reto, de erigirse como una opción seria de contrapeso parlamentario, al tiempo que se le demuestra al ciudadano, que estamos listos para ser gobierno, pero también de ser capaces de construir consensos que se traduzcan en beneficios para nuestros representados, sin claudicar en nuestras posiciones frente al desdén de quienes se asumen como mayorías monolíticas e imperturbables.
Con justa razón es predominante la opinión ciudadana de que los diputados y senadores no trabajan o lo que hacen es francamente irrelevante, tal como lo comprueba el “Informe país sobre la calidad de la ciudadanía en México 2014”, elaborado por el hoy Instituto Nacional Electoral, que señala que menos del 20% de los mexicanos confían en los legisladores.
La parálisis legislativa no es un asunto menor y debiera ser motivo de reflexión y agenda política de nuestro grupo parlamentario en la siguiente legislatura. En la Cámara de Diputados en marzo de 2012 había 851 iniciativas pendientes de dictaminar de dos mil 425 recibidas; hoy esta Cámara tiene mil 313 pendientes de dos mil 776 que recibió hasta el 6 de marzo pasado. En el Senado de la República hace tres años había archivadas mil 200 iniciativas que no se analizaron ni votaron; este año se contabilizan dos mil 903. Es decir, que mientras en la Cámara de Diputados el rezago creció 50%, en el Senado aumentó en un 100%.
Los números no favorecen al desempeño del Congreso, pero además la situación se agrava si se considera que el parlamento mexicano es de los que menos sesiona en Iberoamérica. Mientras el Congreso ecuatoriano sesiona 11 meses, la Asamblea Legislativa Plurinacional Boliviana sesiona 11 meses, la Asamblea Nacional de Venezuela casi diez meses y medio, el Congreso paraguayo diez meses, la Asamblea General de la República Oriental del Uruguay nueve meses y medio, el Congreso Español nueve meses, el hondureño nueve meses, el de Brasil nueve meses y el de Argentina también nueve meses, el nuestro lo hace durante apenas seis meses.
Además, la productividad de nuestro Congreso es invérsamente proporcional a lo que a los ciudadanos le cuesta mantenerlo. En estos casi tres años de Legislatura, el Poder Legislativo incrementó casi 30% su presupuesto, al pasar de diez mil 987 millones a 13 mil 398 millones de pesos. Por esa razón, propuse una iniciativa que reforma el artículo 66 de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos, para que se amplíen los periodos ordinarios del Congreso de la Unión a ocho meses y medio.
Por considerar que no podíamos irnos a descansar sin haber concluido nuestro trabajo, y tratándose de momentos álgidos de la vida nacional, presenté en la Comisión Permanente una proposición para convocar a un período extraordinario antes de que termine esta LXII Legislatura. La Mesa Directiva de la Comisión Permanente hizo lo que siempre se hace cuando se quiere congelar una propuesta: mandarlo a comisiones. Las comisiones a su vez decidieron mandarlo a la Junta de Coordinación Política de ambas cámaras y de allí no pasó la cosa. Se quedan pendientes entre otros asuntos de gran trascendencia en la Cámara de Diputados, la Reforma Política del Distrito Federal, la Ley Federal de Remuneraciones de los Servidores Públicos y la Ley General de Propaganda Gubernamental. En el Senado urgí a discutir el incremento del salario mínimo, la pensión universal a los adultos mayores y el seguro de desempleo, así como la Ley FICREA para ofrecer una solución a los miles de ahorradores que fueron defraudados.
Ante la emergencia nacional en materia económica, sostengo que es urgente incentivar, apoyar y procurar el desarrollo de las Micro, Pequeñas y Medianas Empresas (MiPyMEs), toda vez que estas unidades económicas, de acuerdo al INEGI, constituyen más del 90% del total de unidades económicas del país, que generan más del 50% del PIB nacional y contribuyen con siete de cada diez empleos formales que se crean en México.
El actual gobierno de la república ha desmantelado al sector energético y de manera preminente a PEMEX, con la complicidad del sindicato petrolero y de los partidos que acompañaron el besamanos presidencial llamado Pacto por México. Frente a los más de 10 mil despidos vía esquemas de subcontratación y a los más de 800 despidos registrados en Poza Rica y Coatzacoalcos, con la connivencia sindical, urgí al Director General de Petróleos Mexicanos, al Secretario de Energía y al Secretario del Trabajo y Previsión Social, a que respeten los derechos laborales de los trabajadores de PEMEX.
Seguiré demandando que no se despida a ningún trabajador más y que se reinstale a los trabajadores petroleros que han sido despedidos. Si la situación económica nacional es alarmante, despedir trabajadores sólo los empujará al desempleo, al ocio, o peor aún, al hampa. El resultado es previsible: más miseria, menos oportunidades educativas para sus hijos, lo que aunado a las torpezas de los secretarios de Hacienda y Desarrollo Social –de quienes por cierto, también pedí que comparecieran para explicar el motivo de sus yerros– deja un país sin posibilidades de crecimiento económico.
Como si esto no fuera suficiente, los jóvenes mexicanos vemos hoy el porvenir como un páramo desolado lleno de cruces, de pupitres vacíos. No se olvida el horror de Ayotzinapa. Ni el de Tlatlaya u Ostula. O el que todos los días viven los periodistas veracruzanos, que ven silenciadas sus libertades de expresión y de prensa, cada que un compañero suyo es asesinado. Por todos ellos, los sin voz, es también que no podemos callar quienes tenemos tribunas públicas. He demandado enérgicamente esclarecer estos y otros crímenes que enlutan a México y enlodan al Estado, poniéndolo en la primera línea de los infractores de derechos humanos. ¿Con quiénes espera construir el futuro un país que no hace nada por la vida de sus jóvenes?
México vive una crisis social singular que toca los cimientos de la nación y estremece a nuestros pueblos desde sus nervaduras. Por eso propuse crear la asignatura de Educación Ciudadana, que mucho abonaría a formar niños y jóvenes conscientes del papel que jugamos en la historia y en la construcción del futuro, en la consolidación de un sistema de libertades, en donde podamos volver a vivir sin miedo y ejerciendo en plenitud derechos y obligaciones indispensables para la convivencia armónica. Que forme hombres y mujeres libres, la patria que quiera salvarse, escribió José Martí.
El pasado mes de junio asumí un compromiso con el rescate a bibliotecas y escuelas públicas a través de la campaña “Ver por la lectura”, cuyo objetivo es realizar actividades educativas y culturales con alumnos de los centros escolares y donar libros para los acervos de las escuelas, pero también, a través de gestiones con autoridades gubernamentales se busca rescatar del abandono y el olvido en el que se encuentran estos centros educativos, así como equiparlos y actualizarlos con material e infraestructura adecuada. Al finalizar mi labor legislativa seguiré realizando esas tareas porque estoy convencido de que solamente mediante la educación podremos insertar a nuestros niños y jóvenes en la sociedad del conocimiento y hacerlos competitivos frente a un mundo voraz que cambia a paso vertiginoso. Ellos son la esperanza.
Permítanme una confesión de índole casi estrictamente personal. Frente a los partidos que en el Congreso se asumen como aplanadoras mecánicas, los diputados de oposición podríamos desesperar ante la apatía de la Asamblea y su sordera programática. No es razón para abandonar la plaza. Es posible que nuestros dichos en la tribuna sean en incontables ocasiones, tenues voces en medio de la ruina y los discursos. Pero basta con que alguna propuesta, alguna tesis, una visión de país nuestra caiga, como en la parábola del sembrador, sobre terreno fértil, para que el esfuerzo haya valido la pena. Por eso, aunque se desdeñen nuestros argumentos con votos de consigna y aunque parezca un acto de fe insistir a estas alturas de nuestra realidad, en la necesidad de actuar con visión de Estado en las grandes decisiones nacionales, no debemos claudicar.
Durante los debates sostenidos en el Congreso, a menudo he recordado lo que Soto y Gama dijo en la Convención de Aguascalientes: “Cuando se viene a esta tribuna no se es villista, ni zapatista, ni constitucionalista. Se es mexicano”. Ese es el compromiso que he asumido como legislador, con emoción, con pasión, con entrega. ¿Cómo no hacerlo cuando lo que nos mueve es México?
La siguiente Legislatura presentará una ocasión inmejorable para nuestro Grupo Parlamentario en la Cámara de Diputados. Por su número creciente, por la calidad de sus integrantes y por el voto de confianza recibido en las urnas, toca a ellos traducir las demandas ciudadanas, todo ese dolor callado por años que recorre México, en una agenda legislativa que nos presente como la verdadera oposición que los ciudadanos quieren ver denunciando y proponiendo, una que es capaz de articularse con un discurso moderno, sin olvidar de dónde viene y a dónde quiere ir. México merece legisladores de tiempo completo, guardianes celosos de la voluntad popular que sepan honrar con voluntad y compromiso, el mandato para el que han sido electos.
A José Luis Lobato Campos,
en amorosa memoria.
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